Despierto con este par de gardenias que acaban de florecer, comprobando que los sueños tardan pero se cumplen. Las admiro detalladamente mientras intento reconciliarme conmigo, regalándome lo que me gusta sin esperar que nadie más lo haga por mí, recordando todas las batallas ganadas y sabiendo que en las perdidas también gané porque aprendí. Estoy decidida a aplicar todos esos consejos que sugieren querernos primero a nosotras mismas para luego querer a los demás.
-Hoy la única historia de amor será conmigo misma-
Me he abandonado y traicionado, me he lastimado y me he buscado en otras personas, he recorrido un camino largo y difícil, he superado algunas pruebas y las demás, bueno, creo que me han superado. En este punto puedo ver que por todo lo doloroso que pasamos también hemos tenido buenos momentos, el dolor va marcando, sí pero no olvidemos que el amor va curando justamente esas heridas.
El amor propio es un acto de valentía. No puedo mentir, es este amor el que lleva más trabajo, más dedicación, más detalles porque es este amor al que la rutina destruye más rápido e indudablemente el que más daño nos hace. Sin este gran amor no puede co-existir una relación verdadera con otra persona, lo peor es cuando lo intentamos y nos obligamos a buscar fuera lo que necesitamos para llenar nuestros vacios, hiriéndonos y en algunos casos hiriendo a los demás.
Cuando comienzas a amarte más y mejor el cambio llega gota a gota, lento y silencioso para que un día lejano despiertes con ganas de mirar hacia atrás y te des cuenta que haber decidido cambiar tu mente ha cambiado tu vida entera. No de forma rápida y abrupta, no, porque el amor construye lento y paciente sin esperar que veas cada detalle, el amor sabe que en el futuro será valorado. El sufrimiento ha valido la pena.
-El perdón libera y eleva-
Millones de veces busqué excusas para no hacer cosas que quería, para depender de alguien más, después de repetir tantas veces el mismo error hoy lo entendí y tengo que perdonarme. Nos toca perdonarnos por querer ser alguien que no somos, por esforzarnos tanto que nos desgastamos, por abandonar nuestros sueños y seguir los ideales de otra persona; quiero perdonarme porque algunas veces no fui mi prioridad, porque preferí el camino fácil y me deje guiar en lugar de guiarme.
Pedir perdón es un acto que va acompañado de palabras, no viceversa. Pedir perdón significa estar conscientes del error que hemos cometido y trabajar para enmendarlo, pero más importante: trabajar para no volver a repetirlo. Por eso he tardado tanto en mirarme al espejo y pedirme perdón porque no puedo hacerlo más en vano, esta vez tiene que real.
El miedo a mostrar nuestra propia fuerza nos retrasa y nos prepara, el miedo nos arruina oportunidades pero también nos evita malas jugadas. Esto es lo bello de la ambivalencia, mientras más odiamos tener miedo más amamos que esté ahí, para frenarnos o empujarnos lo necesitamos. Sin sentir culpa, si nos culpamos nos consumimos. Ya no culpo al miedo, ahora lo entiendo y hasta lo valoro, también es gracias a él que me tengo más cerca que nunca.
Laura Barrera Iglio
Ilustración por: Oriana Vélez