Con los ojos arrugados, por el sol lo veo, es mi papá. Corro hacia él y desaparece, caigo derrotada; la arena caliente del desierto se clava en mis rodillas, esta vez no puedo más.

Entre el llanto y la sed veo una de las pirámides, me levanto de un brinco porque al fin las encontré, tan majestuosas como las imaginé. Camino deprisa para tocarlas pero se alejan ¿Cómo es posible? ¿Se van haciendo más pequeñas? ¿O me engañan mis ojos? No distingo entre lo real y lo ilusorio.

Comienzo a ver pedazos de mi vida, personas con historias inconclusas o tal vez, la inconclusa soy yo. Practico diálogos en mi mente y hablo sola para distraerme, comienzo a conocerme.

En cada paso voy encontrando respuestas, o mejor dicho, fuerza para seguir. Sentada en este desierto, tan lejos de lo que pensaba que era mi mundo he descubierto que la arena comienza a sentirse regular después de un tiempo, que los espejismos dan la ilusión que necesitas para no desfallecer y, que el calor extremo o el frío se vuelven parte del paisaje.

He viajado a Egipto sin haberlo pisado jamás, su sol inclemente y naranja me ha llevado hacia mi padre luego de 3 años de distancia y 2 meses de su muerte. El tamaño de mis soñadas pirámides y la fuerza de su roca me han hecho sentir tan pequeña que hoy soy más grande. He visto tantas cosas que me he visto a mí misma.

 

Egipto se queda con un nuevo espejismo, esta vez lleva mi nombre.

 

Laura Barrera Iglio