Habitación propia

Hay cosas recurrentes que parecen comunes y eso es lo peligroso de la rutina, que nos roba la alerta y la profundidad. Mujeres, que el mundo se entere que incluso en nuestra rutina somos grandiosas, que sepan que cuando nos rompemos solo nos damos la oportunidad de reinventarnos.

 

Es como si al entrar nos transformáramos, como si nos quitáramos todo el peso de encima y no solo el sujetador. En el momento exacto en el que entramos en nuestra habitación nos convertimos en lo que realmente somos, en mujeres reales que no dan importancia a los estereotipos, etiquetas ni a las opiniones.

Somos lo que queremos ser, con o sin compañía, nos da igual… y es que si a alguien dejamos entrar a nuestro espacio sagrado es porque estamos listas para mostrarnos sin restricciones. Allí no hay maquillaje ni dietas estrictas ni sexo fingido, lloramos libres y reímos a carcajadas; no queremos quedar bien con nadie más que con nosotras mismas.

Y aunque cada día somos más auténticas, más fuertes y más unidas, creo que ninguna mujer busca realmente perder el contraste de mostrar al mundo su grandeza y de mostrarse vulnerable frente al espejo de la habitación.

Necesitamos ese lugar de introspección, de sanación, ese lugar donde de vez en cuando nos permitimos ser débiles, frágiles, llenas de miedos, de incertidumbre; necesitamos ese lugar donde rendirnos y patalear porque esa también es una forma de recargar fuerzas para seguir siendo invencibles.

Una habitación donde ponernos de nuevo el sujetador, frente al espejo y con la cabeza en alto para salir a darlo todo con el objetivo claro: que se escuche nuestra voz.

 

Laura Barrera Iglio

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