La lucha en prisión

Vienen y van, como la gente que camina a paso veloz un viernes al salir del trabajo. Ellos tratan de llegar a casa y yo también pero, ¿a dónde? Si esas cuatro paredes se sienten más como prisión que como hogar. Que ganas tengo de escapar.

Dicen que es una etapa, que la inconformidad y el mal humor merman con los años pero yo creo que crecen y crecen, a veces siento que vivo una vida dentro de mi cabeza y otra vida fuera de ella. Y aunque hablo, canto y hasta bailo ni una sola de las cosas que hago o digo son reales, aprendí a disimular para evitar preguntas y aquí me tienes sonriendo ante tus ojos pero gritando en mis adentros.

Dudo entre creerles a ellos o a mi mente. Ambos me han mentido y a la vez han tenido razón, luchan pero no se dan cuenta que yo estoy en el medio, sintiendo. La mente me cuenta historias con finales felices y la realidad me dice todo lo contrario. De nuevo quiero escapar.

Pero en esta última escapatoria lo vi claro, ese siempre ha sido el problema: escapar. Cuando me absorben los pensamientos, cuando me atacan los problemas, cuando la realidad se vuelve insoportable siempre termino escapando aunque regrese. Como un círculo vicioso hasta que aprendo la lección. Entonces entro a otro círculo del que también escapo, regreso, hasta aprender.

¿Cómo iba a llamarle hogar? Si nunca escuché su silencio, si nunca quise quedarme, si los excesos me llevaban a otras casas y todo era cómodo menos estar en soledad. La prisión no era estar sola, era evitarlo.

 

Laura Barrera Iglio.

Foto intervenida por Andrea Romero

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