Regresaría, claro que regresaría. Es la frase que no le digo a nadie pero que pienso cada día, sobre todo en esta época del año en la que el frío me hace ver todo gris. Este clima es el castigo por haberla dejado… y aunque es muy bonito el otoño, yo lo daría todo por el jardín de mi abuela que sin cambios de estación estaba siempre florecido.
Nadie entiende lo que sentimos al no escuchar gaitas en la radio desde octubre hasta enero… al estar esparcidos por el mundo sin quererlo. Solo quién ha dejado al amor de su vida puede entender el vacío que se siente.
Pero tenemos al rayo del Catatumbo tatuado en el alma, tal vez sea su luz la que hace que sigamos riéndonos de la vida aunque al mismo tiempo nos llore el corazón. Sí, creo que su luz nos sigue guiando, como guiaba a los marinos de antaño. Aunque no podamos verla sigue apareciendo con la misma fuerza como diciéndonos que tampoco se rinde.
Maracaibo es inefable, no pudiera nunca describirla porque al pensar en ella la única palabra que se me viene a la mente es hogar. Es familia, amigos, fiestas y otras costumbres, son recuerdos, amores y viejas canciones. Es caliente todo el año, como el abrazo de una madre cuando las cosas no van bien. Es gente alegre con la piel tostada, donde a un desconocido le llamas primo y luego de un par chistes ya lo quieres como hermano. Maracaibo es como tener un tercer apellido y llevarlo con orgullo. Es amarla y no poderla olvidar.
Y aunque he visitado lugares increíbles que siempre quise conocer, en ninguno de esos sitios se han quedado clavadas, como en Maracaibo, mis ganas de volver.
Pudiera decir que me separaron de ella pero la verdad es que yo la dejé, no quise quedarme a ver como se destruía. Claro que luché, luchamos, pero a veces el mal puede más… así que me fui, con la mirada nublada de lágrimas pero me fui, con la convicción de que prefería recordarla así. La dejé cuando más me necesitaba pero ella me pedía que me fuera, me decía que ella no moriría mientras la recordara. Y aquí estoy como cada día, sonriendo y llorando mientras le cuento al mundo lo feliz que fui bajo su sol. El sol es de ella, es la tierra del sol amada, él no pudo dejarla.
También pude haberme quedado pero entonces la seguiría extrañando porque ya no queda nadie, porque ya no queda nada de aquellos recuerdos. Tan solo un país a punto de morir y millones de venezolanos con el luto anticipado deseándole la muerte porque tal vez, solo tal vez, si muere, su final sea un nuevo comienzo, un nuevo comienzo donde todos podamos regresar a reconstruir un país a punta de recuerdos.
Laura Barrera Iglio