Una tarde en la terraza, una taza de té con menta, acompañada del inclemente sol y el ruido de la ciudad. Veo pasar tantas personas, sin tantos objetos, sin moda, personas con ojos profundos, tienen una mirada feliz. Marroquíes que disfrutan su día a día entre rezos y turistas.
Entera fascinación. Por doquier ves arte, no hay pisos ni paredes blancas, no hay malas caras, todo es auténtico; cada lámpara o alfombra está hecha por manos y mucho amor. Tienen cultura para regalar y bondad incalculable, ver personas sonriendo todo el día, alimentando gatitos diariamente de su comida, no tiene precio. Si entras a alguna tiendecilla no te dejarán salir hasta que aceptes algún regalo.
Difícilmente haya en el mundo un lugar tan mágico, estar en Marrakech es sentirte en otra época, en un tiempo donde el mundo fue mucho más humano, estar aquí es revivir historias que no fueron contadas, amores escondidos entre los Riad. Estar en Marrakech es sentir que todo ha valido la pena por el simple hecho de llegar aquí.
Marrakech es sentir que no te has ido y ya estás deseando volver. Regresaré para fundirme en sus paredes, en su aceite de argán, en sus hojas de menta, en la plaza Jemaa El Fnaa, en sus museos, tintarme con la Henna imborrable de su recuerdo. Estaré anhelando respirar su desierto, sentir su arena en mis pies, hasta pronto Marrakech.
Lugares indispensables:
La Koutobia admirable y demás mezquitas prohibidas para quién no sea musulmán, te llena de ansiedad por querer saber que pasa detrás de sus puertas.
Tantos palacios y el de la Bahia con puertas que te pudiesen llevar a tantos lugares, a otros tiempos.
Jardines, cactus y el Palmeral.
Por su puesto sus museos que cuentan historias tan lejanas y perfectas, la Madrasa Ben Youssef, como desearía recrear su época, cuando todo era nuevo, real. Sin imaginar que tantos años más tarde tendrían turistas día y noche deseando saber las historias tras cada detalle.
Siempre tuya Marrakech,
Laura Barrera Iglio