Siempre volvemos a las cosas que nos hacen sentir cómodos… aunque sean tóxicas.
A esa relación, a la misma piedra, a las mismas discusiones sin final. Volvemos, porque ese sentimiento conocido nos hace sentir en casa, no importa si es incomodidad, ganas de huir, frustración, aunque sea negativo nos envuelve en la zona de confort. Peleamos, juramos no volver, gritamos a los cuatro vientos que no queremos sentirnos así pero algo siempre pasa que nos hace regresar.
Y es que repetimos patrones, una y otra vez, porque no somos capaces de ver más allá, de cuestionarnos, de hablarnos con sinceridad, de analizarnos y encontrar nuestras propias respuestas… es mucho más fácil culpar a alguien más, asumir la vida y las respuestas de alguien más; y si nos proponemos a analizarnos, creemos que con un día que le dediquemos todas las inconformidades quedarán resueltas. Queremos estar en paz con nosotros mismos pero queremos que esa paz la traiga alguien y la instale, ¿estas reflexionando mientras lees estas letras?
¿Cuántas veces has deseado un resultado diferente si hacer absolutamente nada al respecto?
¿Cuántas veces has deseado algo y cuando se cumple te arrepientes de haberlo deseado?
¿Cuántas veces has tropezado con la misma piedra?
¿Cuántas veces has creído que el ¨problema¨ se solucionará si la otra persona hace algo?
Es momento de comenzar a hacernos preguntas, luchando contra el miedo para encontrar respuestas. Haciendo más silencio para poder escucharnos, hablarnos, más silencio para atravesar la incomodidad de estar con nosotros mismos y aprender a conocernos, reconectar con nuestra esencia. Forzarnos a no huir, a no buscar refugio en otros, sin rendirnos.
Hasta que no entendamos por qué estamos volviendo constantemente a lo conocido no podremos conocer lo nuevo, estaremos atrapados en el bucle hasta que decidamos ser valientes y actuar diferente porque por primera vez queremos ser coherente entre lo que decimos que queremos y lo que hacemos.
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Nos enseñaron a copiar, a repetir; toca desaprender, borrar los parámetros infundados y tomar de la mano a esa niña interna para llevarla a descubrir quién es realmente, que le gusta, que no le gusta, que le da paz y que le quita el sueño. Educar a nuestra niña interna desde el amor y la curiosidad, no desde ¨el deber ser¨ porque si esa niña logra crecer sin tantos límites, descubriéndose, será una mujer en paz consigo misma, una mujer segura y decidida, una mujer que se ama tanto que es capaz de equivocarse amando sus errores porque sabe que en ellos está todo el aprendizaje.
Si tomamos de la mano a esa niña asustada y reconducimos su camino, seguramente la mujer deje de buscar lugares donde esconderse y refugiarse porque es tan libre que tiene ganas de mostrarle al mundo que sus lágrimas valen tanto o más que sus sonrisas.
Laura Barrera Iglio
Ilustración: Maggie Martinez
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